

Discover more from Metrofields
Hace poco tiempo, mi vida tomó un rumbo completamente nuevo y diferente. Ahora soy lo que algunos llaman un adulto, la vida de estudiante ha acabado, aunque solo tengo 22 años y todavía tengo cara de “chibolo” (joven puberto en peruano). Ahora me hago preguntas existenciales, retóricas sobre mi carrera y sobre qué tipo de persona quiero ser. Antes, solo me importaba saber los planes de la tarde y cuántas personas nuevas iba a conocer. No rechazo esa vida, simplemente siento que he volteado la página a otro capítulo, por más que la extrañe, eso ya quedó como cosa del pasado. También quiero ser independiente y proveer para mí mismo, es decir, hacer mi propio dinero. Y, obviamente, no quiero ser otro esclavo del gran capitalismo mundial (como cualquier persona decente, pero al parecer algunos se olvidan). Entonces busco lo que podría hacer como trabajo; que sea lo menos jodido de todo, pues para mí, trabajo es trabajo ( del latín “trepaliare”, una expresión popular que hace referencia a la acción de torturar con un “tripalium”) es decir, tortura. Por más que tenga que ver con mis pasiones o cosas que me fascinan, al final del día, el trabajo es rutinario, exhaustivo y no tan divertido. Muchos estarán como: “Pero yo hago lo que me gusta, así que no trabajo ni un día, nanani nanana”. Muy bien, si lo sienten así, ¡qué suerte! Pero para mí, entre hobbies y otras formas de ocio, me la paso mucho mejor que en el trabajo que sea. No lo tomen del mal lado, tampoco digo que el trabajo es el “sheitan o el diablo”. Más bien, al contrario; pienso que es necesario para nuestra vida, mas no es sinónimo de diversión.
Todo esto es para decir que ahora siento el trabajo de otra forma. Ya no busco la realización personal a través de él, no espero que todos los días sean de los más placenteros, tampoco padezco mis horas de trabajo, solo son mi nueva tarea de la vida. Son el útil que me permitirá llevar a cabo mis verdaderos sueños o, en simplificado, me van a dar dinero para tener las herramientas para viajar y descubrir el mundo y construir cosas que aporten a nuestro querido mundo y a la humanidad. Tampoco quiero ser el santísimo santo o el Dalai Lama, seguramente en el camino me voy a divertir y voy a pecar (a veces mucho). En cualquier caso, el objetivo principal no es acumular para mí mismo, sino aportar algo para los demás.
Volviendo al tema del trabajo, para mí es una simple herramienta para obtener recursos como dinero, práctica o networking. Entonces, lo veo sin prejuicio ni expectativas aparte de lo explicitado en el contrato. Lo que ahora me permite compartirles un involuntario experimento que la vida me concedió.
Después de un largo año sabático, viajando y trabajando un poco por aquí y allá, decidí volver a mi antiguo trabajo en un restaurante moderno en Francia. Me ofrecieron un buen sueldo y un contrato corto que me convenía. Me dije, ¿por qué no? Podía hacer un poco de ahorros, ya que me estaba quedando corto, y de todas formas podía seguir avanzando en mis escritos (ya tenía más que suficiente de historias para transcribir). Al volver a la "chamba" (jerga: trabajo), las cosas iban bien. Estaba contento por volver a la rutina, además de conocer a la gente y el lugar. Pero noté algo diferente. En mi tiempo libre o en las tardes después del trabajo, me di cuenta de que seguía trabajando en mi escritorio: escribiendo, grabando y buscando nuevas historias o artículos. Construyendo cada día mi sueño, mi arte, y se sentía bien, se sentía increíble, me llenaba de satisfacción. Aunque no fuera famoso ni nada por el estilo, el simple hecho de avanzar era suficiente.
Durante la semana, me encontraba en un bucle de trabajo. Eso hacía que ya no esperara ansiosamente el final de la jornada o el fin de semana. Aunque suene extraño, vivía en el momento, plenamente enfocado. Ya no tenía tiempo para nostalgia o sueños infinitos; tenía un objetivo en mente y caminaba hacia él, a veces dando vueltas o pausas, pero siempre lo tenía en la mira. Esta es la gran diferencia conmigo mismo hace un año, cuando pasaba mis días en el mismo restaurante. Me sentía inútil, usado, ansioso por escapar de cualquier forma y alejarme de allí en ese momento. Ahora, mi ruta está delineada, mi objetivo definido y puedo marchar tranquilo por el desierto más monótono o las colinas más empinadas, tome el tiempo que tome. Soy como un camello cruzando el Sahara; no voy a parar hasta encontrar el oasis. Ya no soy un camello que está paseando por los alrededores; esto es real, esto es vida.
Esta evidente diferencia entre mis dos formas de ser me lució más clara cuando volví a este mismo trabajo rutinario que tenía hace un año. Regresar a una forma de vida similar a la que tenía antes muestra lo diferente que soy ahora, cuánto he crecido, cuánto he aprendido. Me parece una excelente ayuda para convencerme de que estamos en otro rumbo, estamos progresando. Si hubiera vuelto a vivir la misma vida que antes, sería una prueba clara de que no he aprendido nada. También puede pasar de la forma contraria cuando volvemos a un mismo lugar, pero es diferente porque esta vez estamos perdidos, y eso se siente directo. Cuando estás en un camino positivo, el cuerpo y la mente lo sienten, y te dan pistas evidentes. Si no te sientes bien (mentalmente), es por algo; probablemente por tu estilo de vida.
Por eso, me gusta decir ahora que volver atrás no siempre significa retroceder, como un gato que da un paso atrás para dar un salto.