En la esquina de la cuadra, hay una lavandería. Marcha casi las 24 horas del día, todos los días de la semana, incluyendo los feriados, sin publicidad ni anuncios en línea. Pero, ¿por qué necesita marketing algo que es esencial en la vida? Vivir con ropa sucia es un pecado capital, no solo para uno mismo, sino también para los demás que nos rodean. Si apestamos mal, ¿quién querría ser nuestro amigo? En la lavandería, todos los días, una cantidad innumerable de vecinos y pasajeros desafortunados la visitan. Un flujo interminable de personalidades, estaturas, sexos y edades diferentes, trayendo bolsas azules de Ikea con todo tipo de ropa que te puedas imaginar, desde chaquetas punk rotas hasta polos rosados fosforescentes de Peppa Pig. Había de todo, incluso tú estabas sentado allí, escuchando música para matar el aburrimiento, ya que ver la ropa sucia girando en un cilindro durante una hora puede ser tedioso. Pero en tu mente, puedes dedicarle mil veces más tiempo a tus incertidumbres más bobas e irreales.
En la lavandería, siempre hay un banquillo de plástico justo enfrente de las máquinas lavadoras. Para ti, generalmente suele estar vacío, o ¿será porque siempre vas cuando suele estar vacío? Una vez esta semana, un nuevo cachimbo recién llegado estuvo allí, fresquito de la casa todavía, sonando en una amistad nueva o un encuentro amoroso, ya que no conocía a nadie en este barrio. Esperando su ropa sentadito, bien peinadito, sin audífonos, crecían las ansias de que llegue alguien por esa puerta. Para su gran sorpresa, llega un abuelo bien viejo, que apenas podía caminar, con la cara y la ropa oxidada de tanta vida. Se ve amargado por tantas arrugas que tiene, parece que le es imposible sonreír.
"Buenos días", le dice fríamente el abuelito entrando a la lavandería.
-No hay respuesta-
El jovencito tan decepcionado, a contrario de su gran expectativa, ni pensó en contestarle. De igual manera, el abuelo siguió con su día, todo normal, ni sintió ofensa alguna, estaba acostumbrado a que lo ignoren. Vivir viudo por más de 15 años sin hijos ni hermanos te hace insensible a esa cosa de estar solo. El joven no tanto, ya que en su mente, una tormenta tenebrosa comenzó a nublar sus pensamientos. Acabando el ciclo de secado, el joven se fue deprisa, con la mirada en bajo y la mente atormentada. Seguramente, cuando llegue a casa, caerá el diluvio depresivo.
El abuelo por su lado no se vio afectado en lo más mínimo, pues él es la monotonía encarnada. Sigue sentado sin música, sin pensamientos utópicos, ni un juego para entretenerse. Solo existe allí, en ese pequeño espacio mental cuadrado. Al final, un poco como la lavandería misma, sin propuestas de crecimiento o nuevos proyectos, allí nomás manteniendo lo usado, para más rutinas y ciclos disecados.
Para algunos, historias así pueden ser aburridas, pues no tienen una culminación teatral y dramática. Se cortan abruptamente, como la vida misma, en un instante sin imaginar que desaparecerá. Pero bueno, con más razón estas siguen siendo historias mundanas. Si quieres leer algo como de película, ándate a leer el Life Magazine o The New Yorker, quién sabe. Pero dentro de ese lugar mundano, dentro de esas historias rutinarias, se entrelazan y se miran a los ojos, sin decirse "Hola", joyas y reliquias de vidas extraordinarias. Estas personalidades tan únicas, por el peso de las reglas y los prejuicios sociales, se hacen borrosas, tanto hasta que ellas mismas se olvidan de cómo brillar, esperando que el ciclo de lavado se acabe para poder irse más rápido.
La lavandería se ha convertido en un peaje de encuentro silencioso. ¿Siempre lo habrá sido? Me imagino que no, lugares así en la época de mis abuelos eran...